lunes, 13 de junio de 2011

Ciudad abstracta, ciudad concreto

El escenario en las ciudades de hoy, ha perdido cierto encanto que la hacía única en su contemplación, en su arquitectura, en su espectro matutino y magia nocturna. Ahora conserva más bien ese sentido único degradado a una mera cuestión de tiempo- espacio; lo único, como simple consuelo a la mirada de una vaga existencia, que ciertamente la hace irrepetible pero en base al sujeto que la contempla. Paolo Pasolini ya daba cuenta de ello, cuando en un pequeño documental “La forma de las ciudades” nos advierte sobre esa rápida “deformación” de ciudades históricas como Alejandría, Bagdad o las antiguas ciudades europeas, haciéndonos notar la perdida de esos rasgos tan particulares que las hacían únicas. Por momentos es hasta excesivo en sus apreciaciones estéticas en cuanto a la forma que adquieren esas antiguas ciudades; lo que me obliga a pensar que las ciudades tampoco son museos, sin embargo de un tiempo a esta parte una defensa cerrada basada en patrones estéticos, como la que hizo Pasolini hubiera terminado beneficiando al objeto y quizás ahora contaríamos con una Jerusalén sin tantos asentamientos de concreto israelita y que se puede decir ya de Bagdad.

Es cierto que aún quedan ciudades singulares donde muchas de sus arterias y cascos centrales aún conservan su identidad aunque sean vistas como simples postales, sin embargo abundan las que se parecen entre ellas. Hay un patrón imperante que las transforma y deforma, con acciones como remplazar espacios públicos por grandes almacenes privados, plazas y parques convertidos en centros comerciales y dentro de ellas los encuentros casuales terminan siendo transacciones comerciales. Pasolini refiere también ese evento y hace habitar a esa fuerza transformadora con el alma del capitalismo.

Entonces en estos tiempos da igual despertar en New York que en Dubái, cuando lo que tenemos que hacer es intercambiar espacios tan desoladores como los rascacielos por un “mall”. Es tanto nuestro despiste que muchas veces le atribuimos a esas enormes cajas frigoríficas de consumo, el significante de progreso y de esa extraña forma Managua se parece cada vez más a Miami que da igual si una nació a pie de un lago y la otra al mar; puesto que ambas ciudades han sido invadidas por la enfermedad del ladrillo embarrado de concreto; donde las playas (en su antigua acepción) son lugares que decrecen de espaldas a la ciudad, en su lugar priman las nuevas playas de estacionamiento y como el aliento de un lago es más frágil que la del mar, directamente se convierte en un vertedero.

Si bien es cierto que podríamos llegar a la conclusión de que las ciudades han dejado de ser lugares de contemplación, mal haríamos en que esta nueva geografía no siga resultado atractiva en su internamiento pero sé que ello, más que a su estructura, se debe a la diversa geografía de su gente, al fin y al cabo son ellos quienes las habitan y hay tantos significados de una misma ciudad como ciudadanos que la ocupan.

De ahí que transite por Managua con tanto asombro, como lo haría por Madrid o imagine en el techo de mi casa un Manila. A las ciudades hay que empezarlas a conocer por su historia y esa está ligada a su gente, cualquiera de sus formas raras son dignas de respeto, a fin y al cabo son resultado de una infinidad de fuerzas que interaccionan y van construyendo esa ciudad. Así no esté de acuerdo con el molde que las diseña. Aún así las ciudades te pueden sorprender por lo que esconden dentro. Managua lo sabe, una ciudad con dos terremotos en su cuenta y con ello la destrucción de su eje central por partida doble, un olor lejano a revolución sandinista, a guerra civil que fue transformando sus recovecos en calles guaridas y fábricas de emboscada. Una ciudad impersonal confundida en sus referencias. Una ciudad extraviada debido a que sus calles carecen de nombre y la única forma de llegar a tu destino son por referencias de lugares que alguna vez existieron. Una ciudad ausente que no encuentra peatones y duele en sus semáforos. Una ciudad aveces urbana, aveces rural asaltada por caballos raquíticos que tiran de una carroza.

Una verde nube debajo de un cielo sol despiadado, una ciudad abstracta que solo sus habitantes pueden comprenderla.

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jueves, 28 de abril de 2011

Cuando Febrero era una fiesta

Me he buscado entre las páginas, entre el bullicio de la multitud y en sonoras bandas de músicos he confundido mis gritos; me he perdido entre colores, endiablado, danzando en ridícula imitación, repasando calles serpientes que me han llevado a la ebriedad de una noche y a ese encuentro imaginado, delicado o grotesco, pero finalmente lujurioso… Es verdad, estamos hechos de recuerdos. Aunque éstos sean selectivos existe un totalitarismo implacable sobre lo que realmente queremos recordar y cómo lo queremos recordar.
Lo cierto es que Febrero es extraño por donde lo veamos, ser bisiesto nos da el primer atisbo de esa mágica extrañeza, y si tratamos de contextualizar vemos que en la historia su mismo nombre deriva de “Februa”, un dios mitológico que se relaciona con aquellas fiestas romanas en las Lupercales. Si se quiere, es posible tejer la historia de esta manera; más aún si enseguida los febreros repican a la fiesta de los carnavales juliaqueños que aunque a veces no coincidan, nuestra arbitraria memoria así los relaciona.
Es que los carnavales de orígenes distintos coinciden todos en ser liberadores de tensiones para pueblos oprimidos; tiempo de igualdad entre sirvientes y amos, entre campesinos y patrones; tiempo burlesco ante la ley y el orden y, por cierto, tiempo donde se cometen los más diversos y exquisitos excesos.
Babilonios, griegos o romanos no importa el origen de lo que llegó a llamarse carnavales; lo cierto es que el cristianismo intentó ser el aguafiestas o quizá darle aquel sentido de extrañeza; pero no tardó mucho para que esa rebeldía y aquellos excesos reaparecieran sólo que ahora con algún sentido de religiosidad. Carnavales en su referencia a “carnem levare", ayunos y abstinencias de la cuaresma, se convertirían entonces en la práctica de todos aquellos placeres mundanos para así poder entregarse a esos cuarenta días posteriores de reflexión sin tener mayores perturbaciones; más adelante, en semana santa, la gloria y resurrección del hijo de dios renacería con nosotros.
Hago este breve recorrido para plantearme la siguiente cuestión ¿Quiénes fueron aquellos lujuriosos personajes miembros de una casta clerical, que ingeniosamente sobrepusieron la historia de tres vírgenes en medio de un mes tan peculiar? o ¿Fue acaso una extraña coincidencia, o peor aún la divina providencia?

Tres vírgenes y un mismo placer
Cuando recuerdo los viajes hacia la fiesta de la Virgen de la Candelaria, allá en Lago Grande, porque a decir verdad no era la habitual ciudad de Puno a donde solía ir sino aquella conjunción entre lo real-mágico y lo que nos depararía en su jolgorio, lo hago pensando en lo inexplicable que me resultaba la coincidencia entre la fiesta de la Virgen de la Candelaria, la fiesta de la Virgen del Socavón y su relación con los carnavales; ahora agrego a ello la fiesta de nuestra señora de la Candelaria patrona de las Islas Canarias en España.
Tres vírgenes y el mismo placer de ver a cada pueblo disfrutando de aquella devoción, o usándola de justificación a sus excesos, todo eso poco importa cuando es el carnaval el que también se incorpora y se confunde con tales fiestas patronales haciéndolo a su manera en cada una de dichas ciudades sea Puno, Oruro o Tenerife, cada cual baila con la suya.
Nuestra fiesta y la de la Virgen del Socavón, son de ese intenso sincretismo que conserva profundas raíces de la cosmovisión andina, como aquella que tiene que ver con el mito de “Wari”, ente que está al cuidado de las riquezas minerales en las entrañas de la tierra -de ahí su relación con la Virgen del Socavón-, o aquella otra leyenda sobre la Virgen de la Candelaria que Enrique Cuentas Ormachea en su libro "Presencia de Puno en la Cultura Popular" hiciera más conocida, cuando Túpac Katari y Pedro Vilcapaza al mando de doce mil hombre intentaron sitiar la villa de Puno y los pobladores sacaron en brazos a la Virgen, observando asombrados, poco minutos después, como huían despavoridos aquellos indios rebeldes.

Reinterpretando zampoñas y disfraces
Tomando en consideración estas breves reflexiones, debe resultar fundamental ahondar en nuestras tradiciones de manera rigurosa, hay en ellas mucho por explicar. Estudiar los iconos sagrados, como es el caso de la Virgen de la Candelaria y su manera de relacionarse con la población de Puno, nos daría muchas pistas para comprender la sociedad en la que vivimos ya que son estos iconos los que llegan a convertirse en potenciales símbolos de la identidad regional.
Como señala Eric Hobsbawm, historiador británico, los iconos sagrados y la religión no son la misma cosa, la fiesta de la Virgen de la Candelaria así lo corrobora. Así, detrás de esta fiesta existe una posibilidad de reinterpretación de las distintas formas de relación de la sociedad andina, su singular organización y jerarquía puede traslucir formas de democracia y participación política, además, propias de este mismo fenómeno festivo. Se nos ofrece entonces un arma potencial para comprender cómo mediante un disfraz colectivo, al ritmo de bandas de músicos y mucha bebida alcohólica se va tejiendo una forma de interrelación social, política y económica de interés; el mismo público que observa es parte activa del vínculo.
Todo ello configura un verdadero espectáculo, que además de estar cargado de devoción contiene una crítica de los sucesos y de las representaciones sociales y políticas. Esto se concreta mediante una peculiar protesta de baile y zampoñas. Es la respuesta a aquella postura política que trata siempre de ignorar lo que ocurre en los Andes para demostrar la resistencia a una modernización forzada que se trata de imponer a una sociedad que busca su identidad perdida por medio de una singular fiesta.
Finalmente, soy un pleno convencido de que es en la literatura donde mejor se refleja nuestra festiva realidad, no sólo por su factor estético sino por ser una recreación que articula una complejidad de sucesos que nos hace reflexionar sobre el suceso y al mismo tiempo nos trasmite tanta emoción me viene a la memoria dos obras ejemplares Fiesta de Ernet Hemingway y Yawar Fiesta del gran José Maria Arguedas.











sábado, 2 de abril de 2011

En el camino

Debe ser un proverbio, un dicho popular, un aforismo romano que reza “vita e via” o la vida es el camino, fue contundente para la extensión del vasto Imperio Romano y lo es para cualquier alma que coja herramientas básicas, las introduzca en su mochila y emprenda un viaje al final de sus razones o al principio del sinsentido. La vida es el camino, trata de aproximarte a la incertidumbre de tus días, sin noticias de llegada, ni avisos de bienvenida; precisamente porque el camino se va labrando con esa energía vital que no es otra que el poder de tu imaginación, de tus cantos, tus silbidos y todo aquel conocimiento bizarro o académico adquirido.


Este par de párrafos podría asemejarse a la introducción de esos libros que buscan en una frase dar la fórmula para alcanzar el cielo. Sin embargo busca todo lo contrario. Busca por ejemplo hacerte recuerdo que vives en una era postmoderna, de autopistas de hasta tres pisos, de una señalización por cada kilometro, de puentes, túneles y atajos privados donde es casi imposible perderse, más aún si todos viajan en el mismo sentido.


¿Como puedes pretender inmensa rata inmunda, construir tu vida caminando o lo que es peor aun construir un camino viviendo? Las leyes de ingeniería más básicas no están empedradas de silbidos, ni canticos, ni buenas intenciones. Ladrillos ¡carajo!, cemento, asfalto, petróleo, tala de arboles, destrucción de tu hábitat, que muera tu especie para nuevos caminos que ya están trazados.


Bienvenidos a la desilusión del viaje, hagan el favor de abrocharse los cinturones para no desparramar sus cadáveres. Pues toda desilusión es producto de mucha expectativa aquello de que el camino se hace al andar y que los romanos se inventan proverbios no son más que consuelo de ilusos, esperanza a colores. El viaje no tiene que ser una esperanza pues suele saldarte un estrepitoso fracaso...


El sol me daba en la cara a media tarde; la desolación de aquel desierto, sin vías de entrada, ni símbolos de tránsito me producía una enorme angustia. Mi búsqueda era inútil, hojeando y deshojando una gruesa guía de viajes. Como es que allí donde todo está milimétricamente señalado, no tenga el más mínimo sentido en tan yermo paraje. Mis referencias, mis notas calculadas, la lectura de libros con los lugares que debiera encontrar; aquel bar y su taza de café al final de la tarde; el museo por la mañana y esa mujer a quien seguiría hasta el rincón de la calle. No existes tu, ni yo, ni mis planes, no existe esta guía de viajes. En lugar de ello este inmeso desierto y el resto de vida en el camino.



lunes, 24 de enero de 2011

De tapones naturales y ficticios

Nos preparamos para un viaje por las venas de Latinoamérica. Recorrer sus ríos a bordo de una panga, canoa, lancha y si no ¡lánzame un chaleco salvavidas! Amanecer en paisajes distintos, conversar en códigos extraños, vivir de sorpresa en sorpresa hasta que te busques y rebusques y no halles la cartera.


Analizamos los caminos frondosos e inaccesibles que nos pueden entretener, esas viejas leyendas que ahora se mezclan con mi olvido. Hace falta solo el relato de alguien que logró pasar al otro lado de la orilla, es suficiente para saber que todo es posible y que sobre la marcha veremos cuál es nuestro destino casual, pensado que no hay final que la muerte no haya que notificar.


Entonces nos encontramos con morfologías complicadas, quebradizas montañas o el tapón de Darién en la frontera entre Panamá y Colombia esa vieja leyenda o la otra de forajidos narcotraficantes y guerrilleros extorsionadores que nos esperan a otro lado de la orilla. Todas y cualquiera es interesante, si logras salir airoso para contarlo. Aunque sea aquella historia de un miserable adolescente que al empuñar una navaja de plástico logró llevarse tus balijas.


El tapón de Darién una selva tropical de enormes rascacielos herbáceos, donde cada centímetro de tierra está en permanente conflicto entre distintas semillas socarronas que se disputan plantar sus raíces. Pero antes de ello hay un enorme tapón, del que me gustaría escribir, un tapón que no figura en los libros de geografía, un tapón que no cuentan los estudios de morfología natural: El tapón de Costa Rica, un tapón cerebral de los muchos que proliferan en tiempos de ambición capitalista, un tapón ficticio que se llaman fronteras y restringen el paso y repaso por una historia que se niegan a conocer.


Aceptamos aquellos pactos sociales que datan de siglos anteriores a nuestro nacimiento, aceptamos la llamada soberanía de las naciones, todo en la teoría suena bien. Lo que no aceptamos es la gestión abusiva de esas fronteras, seria cansino recordar todas aquellas historias que repiten más y más de la misma injusticia; solo porque la memoria recuerda que hay un olvido acechante, mencionemos por ejemplo la frontera de México y EE.UU, Turquía y Alemania, Marruecos y España etc, etc hasta llegar a Nicaragua y Costa Rica, obviando detalles.
Allí en donde la vida se reduce a un formulario, a eternas colas detrás de un mostrador de un control migratorio y algún requisito invisible que en la ventanilla siguiente cobra visibilidad. Allí mismo están los viajeros en busca de distintos horizontes. Los hay de todos los gustos y de todas las necesidades. Los más apáticos de esas filas infinitas son los viajeros porque si.


Un viajero tercermundista no tiene el derecho de paso por ninguna frontera que no haya firmado un convenio bilateral. Cuando existen fronteras y falsas presunciones alrededor de su pasaporte no hay razón humana que valga más que una sola: la de “sucio migrante”. Es difícil moverse tomando en cuenta nuestras pequeñas intenciones, quizás el conocimiento en estos días tiene que ver con toda negación de lo razonablemente humano, no hay explicación para un formulario, ni argumentos para una directiva de migraciones. Somos muchos y solo hay lugar para pocos y asi de esa manera no existio Costa Rica en mi viaje.