lunes, 24 de enero de 2011

De tapones naturales y ficticios

Nos preparamos para un viaje por las venas de Latinoamérica. Recorrer sus ríos a bordo de una panga, canoa, lancha y si no ¡lánzame un chaleco salvavidas! Amanecer en paisajes distintos, conversar en códigos extraños, vivir de sorpresa en sorpresa hasta que te busques y rebusques y no halles la cartera.


Analizamos los caminos frondosos e inaccesibles que nos pueden entretener, esas viejas leyendas que ahora se mezclan con mi olvido. Hace falta solo el relato de alguien que logró pasar al otro lado de la orilla, es suficiente para saber que todo es posible y que sobre la marcha veremos cuál es nuestro destino casual, pensado que no hay final que la muerte no haya que notificar.


Entonces nos encontramos con morfologías complicadas, quebradizas montañas o el tapón de Darién en la frontera entre Panamá y Colombia esa vieja leyenda o la otra de forajidos narcotraficantes y guerrilleros extorsionadores que nos esperan a otro lado de la orilla. Todas y cualquiera es interesante, si logras salir airoso para contarlo. Aunque sea aquella historia de un miserable adolescente que al empuñar una navaja de plástico logró llevarse tus balijas.


El tapón de Darién una selva tropical de enormes rascacielos herbáceos, donde cada centímetro de tierra está en permanente conflicto entre distintas semillas socarronas que se disputan plantar sus raíces. Pero antes de ello hay un enorme tapón, del que me gustaría escribir, un tapón que no figura en los libros de geografía, un tapón que no cuentan los estudios de morfología natural: El tapón de Costa Rica, un tapón cerebral de los muchos que proliferan en tiempos de ambición capitalista, un tapón ficticio que se llaman fronteras y restringen el paso y repaso por una historia que se niegan a conocer.


Aceptamos aquellos pactos sociales que datan de siglos anteriores a nuestro nacimiento, aceptamos la llamada soberanía de las naciones, todo en la teoría suena bien. Lo que no aceptamos es la gestión abusiva de esas fronteras, seria cansino recordar todas aquellas historias que repiten más y más de la misma injusticia; solo porque la memoria recuerda que hay un olvido acechante, mencionemos por ejemplo la frontera de México y EE.UU, Turquía y Alemania, Marruecos y España etc, etc hasta llegar a Nicaragua y Costa Rica, obviando detalles.
Allí en donde la vida se reduce a un formulario, a eternas colas detrás de un mostrador de un control migratorio y algún requisito invisible que en la ventanilla siguiente cobra visibilidad. Allí mismo están los viajeros en busca de distintos horizontes. Los hay de todos los gustos y de todas las necesidades. Los más apáticos de esas filas infinitas son los viajeros porque si.


Un viajero tercermundista no tiene el derecho de paso por ninguna frontera que no haya firmado un convenio bilateral. Cuando existen fronteras y falsas presunciones alrededor de su pasaporte no hay razón humana que valga más que una sola: la de “sucio migrante”. Es difícil moverse tomando en cuenta nuestras pequeñas intenciones, quizás el conocimiento en estos días tiene que ver con toda negación de lo razonablemente humano, no hay explicación para un formulario, ni argumentos para una directiva de migraciones. Somos muchos y solo hay lugar para pocos y asi de esa manera no existio Costa Rica en mi viaje.