jueves, 28 de abril de 2011

Cuando Febrero era una fiesta

Me he buscado entre las páginas, entre el bullicio de la multitud y en sonoras bandas de músicos he confundido mis gritos; me he perdido entre colores, endiablado, danzando en ridícula imitación, repasando calles serpientes que me han llevado a la ebriedad de una noche y a ese encuentro imaginado, delicado o grotesco, pero finalmente lujurioso… Es verdad, estamos hechos de recuerdos. Aunque éstos sean selectivos existe un totalitarismo implacable sobre lo que realmente queremos recordar y cómo lo queremos recordar.
Lo cierto es que Febrero es extraño por donde lo veamos, ser bisiesto nos da el primer atisbo de esa mágica extrañeza, y si tratamos de contextualizar vemos que en la historia su mismo nombre deriva de “Februa”, un dios mitológico que se relaciona con aquellas fiestas romanas en las Lupercales. Si se quiere, es posible tejer la historia de esta manera; más aún si enseguida los febreros repican a la fiesta de los carnavales juliaqueños que aunque a veces no coincidan, nuestra arbitraria memoria así los relaciona.
Es que los carnavales de orígenes distintos coinciden todos en ser liberadores de tensiones para pueblos oprimidos; tiempo de igualdad entre sirvientes y amos, entre campesinos y patrones; tiempo burlesco ante la ley y el orden y, por cierto, tiempo donde se cometen los más diversos y exquisitos excesos.
Babilonios, griegos o romanos no importa el origen de lo que llegó a llamarse carnavales; lo cierto es que el cristianismo intentó ser el aguafiestas o quizá darle aquel sentido de extrañeza; pero no tardó mucho para que esa rebeldía y aquellos excesos reaparecieran sólo que ahora con algún sentido de religiosidad. Carnavales en su referencia a “carnem levare", ayunos y abstinencias de la cuaresma, se convertirían entonces en la práctica de todos aquellos placeres mundanos para así poder entregarse a esos cuarenta días posteriores de reflexión sin tener mayores perturbaciones; más adelante, en semana santa, la gloria y resurrección del hijo de dios renacería con nosotros.
Hago este breve recorrido para plantearme la siguiente cuestión ¿Quiénes fueron aquellos lujuriosos personajes miembros de una casta clerical, que ingeniosamente sobrepusieron la historia de tres vírgenes en medio de un mes tan peculiar? o ¿Fue acaso una extraña coincidencia, o peor aún la divina providencia?

Tres vírgenes y un mismo placer
Cuando recuerdo los viajes hacia la fiesta de la Virgen de la Candelaria, allá en Lago Grande, porque a decir verdad no era la habitual ciudad de Puno a donde solía ir sino aquella conjunción entre lo real-mágico y lo que nos depararía en su jolgorio, lo hago pensando en lo inexplicable que me resultaba la coincidencia entre la fiesta de la Virgen de la Candelaria, la fiesta de la Virgen del Socavón y su relación con los carnavales; ahora agrego a ello la fiesta de nuestra señora de la Candelaria patrona de las Islas Canarias en España.
Tres vírgenes y el mismo placer de ver a cada pueblo disfrutando de aquella devoción, o usándola de justificación a sus excesos, todo eso poco importa cuando es el carnaval el que también se incorpora y se confunde con tales fiestas patronales haciéndolo a su manera en cada una de dichas ciudades sea Puno, Oruro o Tenerife, cada cual baila con la suya.
Nuestra fiesta y la de la Virgen del Socavón, son de ese intenso sincretismo que conserva profundas raíces de la cosmovisión andina, como aquella que tiene que ver con el mito de “Wari”, ente que está al cuidado de las riquezas minerales en las entrañas de la tierra -de ahí su relación con la Virgen del Socavón-, o aquella otra leyenda sobre la Virgen de la Candelaria que Enrique Cuentas Ormachea en su libro "Presencia de Puno en la Cultura Popular" hiciera más conocida, cuando Túpac Katari y Pedro Vilcapaza al mando de doce mil hombre intentaron sitiar la villa de Puno y los pobladores sacaron en brazos a la Virgen, observando asombrados, poco minutos después, como huían despavoridos aquellos indios rebeldes.

Reinterpretando zampoñas y disfraces
Tomando en consideración estas breves reflexiones, debe resultar fundamental ahondar en nuestras tradiciones de manera rigurosa, hay en ellas mucho por explicar. Estudiar los iconos sagrados, como es el caso de la Virgen de la Candelaria y su manera de relacionarse con la población de Puno, nos daría muchas pistas para comprender la sociedad en la que vivimos ya que son estos iconos los que llegan a convertirse en potenciales símbolos de la identidad regional.
Como señala Eric Hobsbawm, historiador británico, los iconos sagrados y la religión no son la misma cosa, la fiesta de la Virgen de la Candelaria así lo corrobora. Así, detrás de esta fiesta existe una posibilidad de reinterpretación de las distintas formas de relación de la sociedad andina, su singular organización y jerarquía puede traslucir formas de democracia y participación política, además, propias de este mismo fenómeno festivo. Se nos ofrece entonces un arma potencial para comprender cómo mediante un disfraz colectivo, al ritmo de bandas de músicos y mucha bebida alcohólica se va tejiendo una forma de interrelación social, política y económica de interés; el mismo público que observa es parte activa del vínculo.
Todo ello configura un verdadero espectáculo, que además de estar cargado de devoción contiene una crítica de los sucesos y de las representaciones sociales y políticas. Esto se concreta mediante una peculiar protesta de baile y zampoñas. Es la respuesta a aquella postura política que trata siempre de ignorar lo que ocurre en los Andes para demostrar la resistencia a una modernización forzada que se trata de imponer a una sociedad que busca su identidad perdida por medio de una singular fiesta.
Finalmente, soy un pleno convencido de que es en la literatura donde mejor se refleja nuestra festiva realidad, no sólo por su factor estético sino por ser una recreación que articula una complejidad de sucesos que nos hace reflexionar sobre el suceso y al mismo tiempo nos trasmite tanta emoción me viene a la memoria dos obras ejemplares Fiesta de Ernet Hemingway y Yawar Fiesta del gran José Maria Arguedas.











sábado, 2 de abril de 2011

En el camino

Debe ser un proverbio, un dicho popular, un aforismo romano que reza “vita e via” o la vida es el camino, fue contundente para la extensión del vasto Imperio Romano y lo es para cualquier alma que coja herramientas básicas, las introduzca en su mochila y emprenda un viaje al final de sus razones o al principio del sinsentido. La vida es el camino, trata de aproximarte a la incertidumbre de tus días, sin noticias de llegada, ni avisos de bienvenida; precisamente porque el camino se va labrando con esa energía vital que no es otra que el poder de tu imaginación, de tus cantos, tus silbidos y todo aquel conocimiento bizarro o académico adquirido.


Este par de párrafos podría asemejarse a la introducción de esos libros que buscan en una frase dar la fórmula para alcanzar el cielo. Sin embargo busca todo lo contrario. Busca por ejemplo hacerte recuerdo que vives en una era postmoderna, de autopistas de hasta tres pisos, de una señalización por cada kilometro, de puentes, túneles y atajos privados donde es casi imposible perderse, más aún si todos viajan en el mismo sentido.


¿Como puedes pretender inmensa rata inmunda, construir tu vida caminando o lo que es peor aun construir un camino viviendo? Las leyes de ingeniería más básicas no están empedradas de silbidos, ni canticos, ni buenas intenciones. Ladrillos ¡carajo!, cemento, asfalto, petróleo, tala de arboles, destrucción de tu hábitat, que muera tu especie para nuevos caminos que ya están trazados.


Bienvenidos a la desilusión del viaje, hagan el favor de abrocharse los cinturones para no desparramar sus cadáveres. Pues toda desilusión es producto de mucha expectativa aquello de que el camino se hace al andar y que los romanos se inventan proverbios no son más que consuelo de ilusos, esperanza a colores. El viaje no tiene que ser una esperanza pues suele saldarte un estrepitoso fracaso...


El sol me daba en la cara a media tarde; la desolación de aquel desierto, sin vías de entrada, ni símbolos de tránsito me producía una enorme angustia. Mi búsqueda era inútil, hojeando y deshojando una gruesa guía de viajes. Como es que allí donde todo está milimétricamente señalado, no tenga el más mínimo sentido en tan yermo paraje. Mis referencias, mis notas calculadas, la lectura de libros con los lugares que debiera encontrar; aquel bar y su taza de café al final de la tarde; el museo por la mañana y esa mujer a quien seguiría hasta el rincón de la calle. No existes tu, ni yo, ni mis planes, no existe esta guía de viajes. En lugar de ello este inmeso desierto y el resto de vida en el camino.