sábado, 2 de abril de 2011

En el camino

Debe ser un proverbio, un dicho popular, un aforismo romano que reza “vita e via” o la vida es el camino, fue contundente para la extensión del vasto Imperio Romano y lo es para cualquier alma que coja herramientas básicas, las introduzca en su mochila y emprenda un viaje al final de sus razones o al principio del sinsentido. La vida es el camino, trata de aproximarte a la incertidumbre de tus días, sin noticias de llegada, ni avisos de bienvenida; precisamente porque el camino se va labrando con esa energía vital que no es otra que el poder de tu imaginación, de tus cantos, tus silbidos y todo aquel conocimiento bizarro o académico adquirido.


Este par de párrafos podría asemejarse a la introducción de esos libros que buscan en una frase dar la fórmula para alcanzar el cielo. Sin embargo busca todo lo contrario. Busca por ejemplo hacerte recuerdo que vives en una era postmoderna, de autopistas de hasta tres pisos, de una señalización por cada kilometro, de puentes, túneles y atajos privados donde es casi imposible perderse, más aún si todos viajan en el mismo sentido.


¿Como puedes pretender inmensa rata inmunda, construir tu vida caminando o lo que es peor aun construir un camino viviendo? Las leyes de ingeniería más básicas no están empedradas de silbidos, ni canticos, ni buenas intenciones. Ladrillos ¡carajo!, cemento, asfalto, petróleo, tala de arboles, destrucción de tu hábitat, que muera tu especie para nuevos caminos que ya están trazados.


Bienvenidos a la desilusión del viaje, hagan el favor de abrocharse los cinturones para no desparramar sus cadáveres. Pues toda desilusión es producto de mucha expectativa aquello de que el camino se hace al andar y que los romanos se inventan proverbios no son más que consuelo de ilusos, esperanza a colores. El viaje no tiene que ser una esperanza pues suele saldarte un estrepitoso fracaso...


El sol me daba en la cara a media tarde; la desolación de aquel desierto, sin vías de entrada, ni símbolos de tránsito me producía una enorme angustia. Mi búsqueda era inútil, hojeando y deshojando una gruesa guía de viajes. Como es que allí donde todo está milimétricamente señalado, no tenga el más mínimo sentido en tan yermo paraje. Mis referencias, mis notas calculadas, la lectura de libros con los lugares que debiera encontrar; aquel bar y su taza de café al final de la tarde; el museo por la mañana y esa mujer a quien seguiría hasta el rincón de la calle. No existes tu, ni yo, ni mis planes, no existe esta guía de viajes. En lugar de ello este inmeso desierto y el resto de vida en el camino.



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